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14 jun 2008

En el despacho del Jefe...

No soy asidua de leer lo que yo catalogo como prensa rosa, pero una compañera me prestó hace tiempo el libro de la tan conocida Mónica Lewinsky.

En el cuál relata, el escándalo que produjeron hace años, sus encuentros sexuales con el ex presidente Bill Clinton.
Inmersa en la lectura, tengo que decir que lo único que me atrajo fue el morbo que desprenden sus líneas, me pregunté cómo se debió sentir al ser consciente de que el hombre con el que compartía la cama, era el presidente de un enorme país.

Me imaginé en su lugar, en cada uno de sus encuentros íntimos con Clinton, disfrutando de una relación sumamente secreta, cuidando cada detalle, para no ser descubiertos.
Pensé en como debió ser la tan famosa felación en el despacho oval, como llegaron a esa situación, y el enorme deseo que sentían mutuamente, para no importarles la posibilidad de ser descubiertos en una posición tan incómoda.

En como ella le protegió ante los medios y el país, y con qué cariño hablaba de él en las grabaciones que le hizo su compañera del pentágono a escondidas.
Debió ser excitante, parece que valió la pena arriesgarse.

Me sobresalté cuando escuché a mi jefe llamarme a la oficina, me levanté, arregle mi blusa, emparejé mi pelo y me dirigí hacia su despacho.
Me senté en una silla y esperé instrucciones. Me pidió que redactara una circular.
Mientras tomaba apuntes me di cuenta que la pequeña papelera que había a un lado de su escritorio, se había tumbado y los papeles se esparcían por el suelo.

Sin pensarlo mucho, me arrodille y me puse a recogerlos, no me di cuenta de que mi blusa era demasiado holgada, hasta que levante la vista y vi a mi jefe mirándome los pechos, desde su posición, tenía una amplia vista de todo mi pecho.
Me ruboricé al instante y más cuando el no dejó de mirarme.

Desde mi posición pude observar como de su pantalón sobresalía un sugerente bulto, y comprendí que se había excitado mucho sólo con verme el escote.
En ese momento recordé el libro que había estado leyendo sobre el caso Lewinsky y me hizo gracia pensar en la similitud de ambas situaciones.
Pero lo que me sorprendió de mi misma es que yo también me estaba excitando.

Mi jefe era un hombre bien parecido, de mediana edad, rondaba los 40, pelo algo canoso que le daba un aspecto más atractivo, alto, constitución media y cara de buena persona.
Era un hombre que aún podía despertar el deseo en las mujeres y en mi lo estaba haciendo.

Nunca antes me había planteado ni por asomo, tener una aventura con mi jefe, no porque este no me atrajera, si no porque en ningún momento pensé que yo le podría gustar.
Pero viendo su reacción instintiva, me equivocaba. Y eso me atrajo más a él.

Me acerqué gateando y sin dejar de mirarle hasta su silla, y me arrodillé ante él. Se inclinó hacia mí y olió mi cabello, profundamente.
Un escalofrío delicioso recorrió mi espalda, apartó el pelo que cubría mi cuello, y me besó, muy lentamente.
Me desabroché un par de botones más de mi blusa, y el introdujo su mano, acariciando mis pechos, con firmeza.

Besé su mano, me mostré totalmente sumisa ante sus caricias. Mientras seguía acariciándome y besándome el cuello, con la otra mano, desabrocho su pantalón.
Me miró y no necesitó mediar palabra. Terminé de bajar la cremallera y con cuidado saque su pene a través de la abertura.
Para ser un hombre de mediana edad, esa parte de su cuerpo se conservaba bastante bien.

Comencé a besarlo, despacio, con deseo y con la punta de mi lengua, recorrí su tronco hasta la punta, donde me lo introduje en la boca y apreté mis labios con suavidad.
El dejó escapar un tímido gemido, que hizo crecer más mi deseo.

Jugué con mi lengua, aún con su pene dentro de mi boca, cosa que le gustaba pues sus gemidos dejaron de ser tan tímidos, y con la mano me acariciaba el pelo.
Continué lamiéndolo con cuidado pero sin pausa, a la vez que lo estimulaba acariciándolo con las manos.

La dureza de su miembro viril, creaba en mí el deseo de sentirlo en mi interior, notar cómo me penetra, y escucharlo jadear de placer.
Pero era demasiado arriesgado, incluso en la situación que estábamos cualquiera podía descubrirnos.
Me sentía como la autentica Mónica Lewinsky y muy lejos de avergonzarme de mi misma, quería más.

Me instó a mirarle y me besó en los labios, su lengua se entrelazó con la mía, bajó hasta mi cuello lamiéndome, el calor que desprendía, erizaba mi pelo de placer.
Pero yo quería seguir lamiendo su pene, y volví a meterlo en mi boca, para mí era como una piruleta, la cual devorar con ansia, como cuando era pequeña.

Entonces noté los espasmos de su pene, propios de un inminente orgasmo y eyaculación. Me apartó con delicadeza, para evitar mancharme.
Cuando terminó me hizo levantarme y acercarme a él, desabrochó mi blusa por completo y dejando al aire mis pezones erectos, los besó y lamió. Yo quería seguir, pero era la hora de salir y tuvimos que dejarlo.

Recompuse mi ropa y recogí todos los papeles del suelo. No me arrepentía de lo que había hecho, ambos lo deseamos y ninguno se sintió obligado.
Supuse que es lo mismo que sintió Mónica en cada uno de sus encuentros con Clinton.
Nos despedimos y antes de irme me dijo que había sido alucinante, salí de su despacho con una amplia sonrisa de complicidad.




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