Tengo un grupo de amigos a los que les gusta mucho ir de acampada, y aunque a mí me encanta suelo tener poco tiempo. Pero él verano pasado no pude resistirme a la invitación de hacer acampada libre en los lagos de Covadonga en Asturias.
Íbamos unas 7 personas, los gemelos Andrés y Ramón, Silvia, Lola y sus parejas, Alejandro y Pedro. Salimos jueves de madrugada, para llegar a buena hora, porque además debíamos llegar hasta él segundo lago para poder acampar. Y debíamos rezar para que él tiempo acompañara, o si no, no dejan subir con él coche.
Por suerte él viaje fue sin ningún problema, llegamos por la tarde y después de haber pasado varios puertos de montaña, la subida hacia los lagos era pan comido. La carretera es firme, pero las vistas hacia él barranco dan miedo, me resulta increíble ver los autobuses subiendo por esa carretera.
Nos detuvimos en él mirador de la reina, donde se encontraba el primer lago, la niebla ya empezaba a notarse a esa altura y apenas podíamos ver las cabras montesas que se movían por entre los riscos, como si los Alpes se trataran. Mucha gente solía quedarse en él primer lago, pues subir al segundo ya era un poco más peligroso, pero como la acampada libre solo se puede hacer arriba, nos armamos de valor y seguimos la ascensión.
Por él camino, íbamos en tensión, pues un coche que iba delante de los nuestros no dejaba de calarse en las subidas, y nosotros ya estábamos de los nervios, pero gracias a dios, llegamos sanos y salvos al segundo lago. Aquello era precioso, un enorme valle verde, lleno de vacas claro, y él pequeño lago al fondo. Un poco más arriba había una especie de restaurante para los turistas. La niebla estaba bajando, y no podíamos acceder a la pequeña capilla, que hay un poco más arriba, así que decidimos ir a montar las tiendas.
No es recomendable ponerlas cerca del lago, pues las vacas se acercan a beber y eso supone una molestia, nos pusimos algo apartados así no molestaríamos a los rumiantes. Había otras muchas tiendas, en verano la gente suele venir, ya que los lagos están en deshielo, aunque algún invierno deberíamos volver, él paisaje debe ser de ensueño.
Se estaba haciendo tarde, los turistas ya empezaban a descender y una vez que montamos las tiendas, fuimos al bar a por café caliente y algo para compaña la cena, no se permitía hacer fuego, por tanto, si queríamos cenar caliente debía ser en él restaurante.
Cuando ya lo teníamos todo, nos sentamos delante de las tiendas a disfrutar de aquel maravilloso atardecer, y fue entonces cuando me di cuenta de que esa noche iba a pasar mucho frío, la cremallera de mi tienda estaba rota, y a pesar de que era verano, allí arriba las temperaturas descienden mucho.
Entre todos tratamos de arreglarla, pero no hubo manera, entonces los gemelos se ofrecieron a dejarme dormir con ellos, ya que no era adecuado dormir con ninguna de las dos parejas, acepte de buena gana.
Terminamos de cenar y después de unas risas y varias llamadas de atención de los demás campistas, nos fuimos a dormir, me tumbé en medio de Andrés y Ramón, y me dispuse a dormir bien calentita en medio de los dos.
Pasado un rato me desperté al sentir que me estaban abrazando, era Ramón que me abrazaba por detrás, me di la vuelta para ver si estaba durmiendo, pero me encontré con su sonrisa y uno de sus dedos sobre mis labios, pidiéndome silencio.
Yo sabía de sobra que Ramón se sentía atraído por mí, y a mí también me gustaba, pero nunca me había planteado tener un encuentro íntimo con él, y menos con su hermano durmiendo al otro lado. Pero eso a él parecía no importarle, pues me beso con una dulzura increíble mientras me abrazaba con fuerza.
Yo no hice nada por evitarlo, durante todo el viaje no había dejado de mirarle, ni él a mí, lo que predecía que tarde o temprano esto iba a pasar.
Mis manos acariciaron su torso por debajo de la sudadera que llevaba puesta, y las suyas siguieron rodeando mi cintura con firmeza, hundí mi rostro en su cuello, que a pesar del frío, estaba caliente y eso me reconforto. Le bese despacio y con pausas, no quería hacer ruido para no despertar a Andrés.
Sus manos pasaron de mi cintura a mi espalda y se introdujeron por debajo de mi ropa, a pesar de que estaban frías, su tacto me hacia arder, la idea de mantenernos en silencio para no ser descubiertos aumentaba él morbo más aún.
Comenzamos a besarnos apasionadamente, y tratamos de acallar nuestros tímidos gemidos, pero resultaba una tarea difícil, él seguía acariciando mi espalda, y con un susurro le invite a desabrocharme él sostén, él así lo hizo, con sumo cuidado y delicadeza después de librarme de él, sus manos se acercaron tímidamente a mis senos.
Yo sonreía mientras le seguía besando en el cuello, y con la punta de mi nariz jugaba con su barbilla, mis manos, bajaron por su torso hasta su cintura, donde se detuvieron para colarse por debajo de su pantalón, pude sentir como su sexo, firme luchaba por salir de los calzoncillos, pero no era mi idea darle esa libertad.
Lo acaricie con mucho cuidado y eso le excito mucho, pues comenzó a besarme con desenfreno por él cuello y mis labios y sus manos sin más preámbulos cogieron mis senos y los masajeo con pasión, prestando una mayor atención a mis pezones.
Andrés pareció removerse y nosotros decidimos calmarnos un poco para no despertarle, yo seguí acariciando su pene, pero con más tranquilidad y él hizo lo propio con mis senos. Me sentía un poco avergonzada, pero él hecho de que no pudiéramos vernos entre tanta oscuridad me hacía sentir más segura.
Me levanto la camiseta y dejándolos al aire, acerco sus labios a ellos, y los beso profundamente, yo acaricie su pelo jugando con sus rubios rizos, mientras su traviesa lengua rodeaba mis pezones.
Con sus manos ya libres, posadas sobre mis nalgas, me apretaba contra su entrepierna y podía sentir la dureza de su sexo firme contra mi pubis, lo cual me excitaba sobremanera.
Él seguía besando y lamiendo mis senos desnudos, impidiendo que estos se helaran, yo no aguantaba más, deseaba sentir su cuerpo desnudo sobre él mío, pero eso no podía ser y tenía que conformarme con esto.
No podía ir más allá o acabaríamos haciendo el amor allí mismo, me contuve todo lo que pude y le pedí que cesara, pero él no quería, me apretaba contra él cada vez con más fuerzas y yo casi me volvía loca de deseo, ya no sentía frío, mi cuerpo desprendía un calor casi agobiante, y por más deseara que me penetrara allí mismo, le hice parar.
Andrés casi se había despertado y mirando fijamente a Ramón le pedí que lo dejáramos, él se resignó y me soltó. Me di la vuelta y me recosté dispuesta a tratar de dormirme, pero sabía que me iba a costar y más cuando él volvió a abrazarme, posando sus manos sobre mis senos aun desnudos debajo de mi camiseta.
Le permití hacerlo, pues en unos segundos ya había echado de menos su tacto, y así abrazados ambos conseguimos dormir, con él calor que nuestros cuerpos aun desprendían por él deseo que no había llevado a cometer aquella excitante locura.
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22 jun 2008
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