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27 jul 2008

Amor en la oscuridad

Una vez al mes, voy al campo de mis abuelos, para ayudarlos, tienen un terreno, con cultivos y unos pocos animales, cabritas y cerditos. Y como ya son mayores pues una ayuda de vez en cuando no les viene mal.

Además, aprovecho para ver al hijo de los vecinos, un chico de mí edad, alto y moreno, con unos profundos ojos negros y su tez tostada por el sol, tiene una sonrisa casi angelical, que te invita a soñar.

La granja de mis abuelos es un lugar precioso, todo rodeado de verde, incluso tienen una parcela de trigo donde de pequeña me gustaba jugar y donde acababa durmiéndome agotada, recuerdo las veces que mi abuelo me recogía en brazos y me llevaba a la cama, cuando despertaba en mí pelo aún quedaban espigas del trigo enredadas, que bellos recuerdos.

Pero aquel día todo iba a ser muy diferente de lo que yo había esperado, pero muy similar a lo que había imaginado, os explicaré por qué.

Como de costumbre cuando llegué mi abuela me esperaba para cenar, y me había preparado sus deliciosas galletas echas al horno, para el postre. Pero la sorpresa fue, que aquella noche teníamos un invitado más en la mesa. Era el hijo de los vecinos, por lo visto había estado todo el día ayudando a mí abuelo con los animales y en agradecimiento mi abuela lo invitó a cenar.

Comimos un guiso de carne y patatas, delicioso, mi abuela es una gran cocinera. Durante la cena todo fue muy bien, mis abuelos y el vecino me comentaban lo bien que había crecido el trigo estos meses, y que los animales estaban muy bien. Mi vecino me invito a ir al trigal después de la cena, a lo que acepté encantada.

Todo transcurrió sin contratiempos, y antes de irnos al trigal, mi abuela nos dio una cestita, con refrescos y las galletas aun calentitas. Salimos de la casa y nos encaminamos hacia el campo, una ligera brisa nos refrescaba. Él iba con una toalla en la mano, para no mancharnos la ropa con la hierba.

Llegamos y nos sentamos en medio del trigal. Cobijados por la profunda oscuridad que nos proporcionaba la noche sin luna, y maravillados por la cantidad de estrellas que se vislumbraban en el cielo, nos tumbamos sobre la toalla y comenzamos a recordar cuando éramos niños y jugábamos en aquel mismo campo.

Las carreras, cuando llevábamos a las cabras más pequeñas y corríamos tras de ellas para asustarlas, las miles de trastadas que hicimos siendo niños, mientras yo hablaba de aquella vez que me caí y me partí un diente y el me abrazaba para que no llorara, me di cuenta de que sus brillantes ojos se habían clavado en mí, y sus labios habían dejado de emitir sonido alguno.

Le miré sorprendida por el silencio que se había creado sin aviso y entonces él se acercó a mí lentamente, cuando cerró sus ojos, supe que me iba a besar y no hice nada por evitarlo. Sus labios tiernos y dulces, aún sabían a las galletas de mí abuela, le besé con intensidad y disfrute cada segundo que nuestros labios estuvieron unidos.

Su cuerpo fuerte y musculoso despertaba en mí el deseo de acariciar su torso y así lo hice, mis manos ansiosas se deslizaron por debajo de su camiseta, y con una inusual timidez dibuje el contorno de sus abdominales marcados, mientras mi lengua jugaba con la suya.

Él era un chico de pueblo y bastante tímido a pesar de que fue el quien comenzó el beso, sus manos rodeaban mi cintura, pero no se atrevía a ir más allá, le dije con sensualidad que me acariciara y muy despacio, liberó mi cintura para desabrocharme la camisa.

Sus manos temblaban y mis mejillas se sonrojaban cada vez más, me encantaba que lo hiciera con esa delicadeza, no había brusquedad en sus movimientos, todo era tan romántico, la noche cerrada, las estrellas, aquel trigal, los dos solos en aquella inmensidad. Nadie sabía lo que allí estaba ocurriendo.

Le ayude a desabotonar mi camisa, mientras aún besaba sus dulces labios, cuando mis senos quedaron al descubierto, él se quedó sin saber que hacer, yo comencé a reír y mis manos guiaron a las suyas hasta ellos. Dibujó con sus dedos los suaves encajes que formaban mi sostén, y besó mi cuello con cariño y dedicación.

La situación era tan excitante que mi deseo por él crecía por momentos, le empuje con cuidado hasta que se puso boca arriba y me senté sobre su cintura, inclinándome hasta que mis senos casi rozaban sus labios, invitándolo a besarlo y así lo hizo.

Podía notar en mí pubis, que su pene erecto luchaba por salir del pantalón, pero no quería romper su inocencia de esa forma, así que me limite a mover mi cintura suavemente sobre él. Sus manos rápidamente se acomodaron en mis nalgas, ayudándome con el contoneo que tanto le estaba excitando.

Yo misma me desabroche el sostén, y deje caer mis tersos senos sobre sus labios, él los recibió con ansia y los besó y lamió como si ya fuera todo un experto.

Yo gemía de placer cada vez que su tibia lengua tocaba mi piel. Si hubiera podido le habría hecho el amor allí mismo, pero cuando más excitada estaba, recordé que pronto mi abuelo vendría a buscarnos, y no sólo eso, no quería ser el primer amor de aquel chico de pueblo que no había conocido mujer hasta ese momento.

Me incline de nuevo y bese sus labios, le miré con cariño y le dije que debíamos irnos, el se negaba, pero insistí lo suficiente para que entendiera que no podía ocurrir lo que seguramente ocurriría si seguíamos allí.

Nos sentamos y me ayudo a ponerme el sostén y abrocharme la camisa, acto seguido nos abrazamos y nos tumbamos de nuevo a contemplar las estrellas, para tratar de calmar el deseo que a ambos nos consumía por dentro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bonito y tierno.






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