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27 jul 2008

De nuevo en el salón de masajes

Me gusta trabajar en el salón porque, siendo sincera, me ocurren cosas muy excitantes allí. Ya os he contado algunas de ellas, pero recientemente me ocurrió otra.

Como de costumbre me dispuse a recoger bien mi sala, pues ya había terminado mi turno, pero mi jefa me llamó para pedirme que me quedara a atender a un cliente más que había llegado a última hora y como me viene bien el dinero, y a pesar de que estaba agotada acepté.

Era un hombre de mediana edad, unos 35 ó 40 años, su aspecto era un poco descuidado, tenía barba de unos 4 ó 5 días, aunque iba bien vestido, parecía un poco apesadumbrado, pero como mi trabajo no es el de psicóloga, simplemente me dedique a darle el masaje que pedía.

Se desnudó de cintura para arriba y se tumbó en la camilla, me sorprendió al darme cuenta que a pesar de su desaliñado aspecto, este hombre se depilaba la espalda.

Era curioso ver como descuidaba su aspecto exterior, pero su cuerpo estaba bien formado y cuidado, se notaba que practicaba ejercicio regularmente. Su piel era suave y perfumada por lo que seguro se la trataba con alguna loción.

Mientras me hundía en todas aquellas ideas tratando de buscar una explicación, le esparcía el aceite por aquella fornida espalda, sentí que estaba dolorido, pues cada vez que apretaba mis dedos contra su columna, este se encogía del dolor.

Pero por lo que pude observar, no era un dolor físico, si no un dolor sentimental, me temía que ese pobre hombre estaba pasando por un mal momento, pero no me atreví a mediar palabra alguna.

Hasta que sin venir a cuento, aquel hombre me hizo una pregunta que me dejo estupefacta durante unos segundos, me pregunto si me resultaba atractivo. Sinceramente, si lo era, tenía unos enormes ojos verdes, era rubio y las facciones de su rostro estaban muy marcadas, incluso me encantaba el hoyuelo que tenía en la barbilla.

Mi respuesta fue un rotundo sí, seguida de una convincente explicación, a lo cual él se dio la vuelta, cogió una de mis manos y me miró fijamente, yo me quedé inmóvil. Entonces me dijo, que si eso era cierto, entonces que mantuviera relaciones con él, ahora en ese momento.

Yo me reí y él se asombró. Me desabroche la bata sin dejar de mirarle a los ojos, y el no salía de su asombro, mientras lo hacía acerqué mis labios a su oído y le susurre que no me iba a acostar con él, pero podía demostrarle de otras formas, que decía la verdad.

Por primera vez en todo el tiempo que llevábamos allí, lo vi sonreír, eso me agradó mucho. Sin cortarme un pelo me subí a la camilla y me senté sobre su cintura, cuando él fue a tocarme, me negué a que lo hiciera, esta vez sólo sería un espectáculo visual.

Mis manos se deslizaron por el borde de mi falda, sacando hacia afuera la blusa y se introdujeron por debajo, levantándola mientras acariciaba mi abdomen, dejando al aire mi tímido ombligo.

Andrés que así se llamaba el hombre, sintió de nuevo el deseo de acariciarme, pero nuevamente le detuve, con una pícara sonrisa.

Muy despacio me fui desabrochando los botones y poco a poco iba descubriendo más centímetros de mi piel, cuando llegué a la altura de mis senos, me paré y mi cadera empezó a contonearse, podía sentir su sexo duro, a pesar de los vaqueros que él llevaba puestos.

Continué en mi marcha hacia mis senos, pero esta vez más despacio, deleitándome en cada botón, miraba furtivamente a Andrés, quería ver como sus ojos se abrían cada vez más, a medida que me acercaba a los últimos botones.

Una vez que mi blusa quedó abierta y mis senos asomaban, me incline sobre él, y acerqué mis senos a sus labios, pero no dejé ni que los rozará, su miembro cada vez estaba más duro, casi podía sentir hasta el calor que este desprendía.

Me volví a poner recta y desabroche el sostén, dejé que los tirantes cayeran de mis hombros y mantuve mis pechos cubiertos un poco más.
Le sonreí de nuevo y poco a poco fui separando una de mis manos llevándome la parte del sostén que aún cubría mi seno. Hice lo mismo con la otra, hasta que ambos pechos quedaron al aire.

Mis pezones ya endurecidos y sonrosados pedían caricias a gritos, Andrés no hacía más que morderse los labios y empujar su cadera hacia arriba para tener un mayor contacto con mi pubis.

Con la punta de mis dedos, apreté suavemente mis pequeños pezones y comencé a acariciarlos muy suavemente, mi cadera no dejaba de contonearse y Andrés incluso ya comenzaba a sudar.

Pero lo mejor vendría ahora, mientras con una mano seguía tocándome los senos, dibujando su forma con la yema de los dedos, con la otra ya había bajado la cremallera de mi pantalón.

Le hice una señal para que fijara su vista en mi cintura, y un sonoro madre mía! salió de sus labios. Mi mano ya se había adentrado hasta mi entrepierna, por debajo del tanga, pero como me resultaba algo incómodo, me baje los pantalones hasta las rodillas.

Una vez que ya estaba más cómoda, mis manos jugaron con mis ingles y mi cadera seguía con su hipnótico contoneo. Yo misma estaba deseosa de acariciar mi pubis y no perdí más tiempo, mis dedos se introdujeron nuevamente por dentro del tanga, hasta llegar a mi clítoris, el cual ya estaba muy húmedo.

Lo apreté y acaricié, una y otra vez, toqué los labios que protegen mi vagina, despacio, lentamente, mi rostro reflejaba el placer que aquello me producía.

Miré a Andrés con cara de deseo y él entendió enseguida lo que pensaba hacer, saque mis dedos y le invite a que los lamiera, no dudo ni por un momento, su lengua se deslizó por ellos, sus labios los apretaron y siguió lamiéndolos dentro de su boca.

Pero yo quería darles otro uso y los saque para introducirlos otra vez debajo del tanga, pero esta vez no se detuvieron en mi clítoris, continuaron hasta mi vagina y una vez allí, los introduje lentamente, al tiempo que de mis labios se escapaba un tímido gemido.

Mi vagina estaba muy húmeda y mis dedos se deslizaban sin problemas dentro de ella, me contoneaba al mismo ritmo, para aumentar la sensación de placer. Entonces Andrés inclinó su cabeza hacia atrás, mordiéndose los labios para no gemir. Yo me quedé muy sorprendida, cuando sentí una sensación extraña en mi entrepierna.

Bajé la mirada y pude ver con asombro, que pantalón estaba manchado, el pobre no había podido evitar eyacular. Traté de que la situación fuera lo menos vergonzosa posible, me levante y me vestí y le ofrecí una toalla humedecida para que se limpiara y otra para que se cubriese mientras los pantalones se secaran.

Él estaba muy avergonzado, y yo no quería que se sintiera así, por lo que le dije que seguiríamos con el masaje. Por suerte el pantalón se secó a tiempo y pudo irse de allí como si nada hubiera pasado.

Fue muy divertido excitar a Andrés hasta que ya no pudo más, la lástima es que desde aquel día no le he vuelto a ver.

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14 jun 2008

SALÓN DE MASAJES: Un cliente especial

Trabajar como secretaria, no siempre te proporciona una independencia económica y una diversión continua y satisfactoria, por lo que hace tiempo decidí estudiar quiromasaje. Pero como en esta vida una tiene que ser lo mas practica posible, me puse a trabajar y de paso practicar, en un salón de quiromasaje, donde me gano unos ingresos extra, que nunca vienen mal.

Con lo que no contaba es que me iban a suceder cosas como la que os voy a relatar a continuación.

Como de costumbre fui al salón a trabajar, un día como otro cualquiera. Los clientes que pasan por allí son de lo más variado. Desde jóvenes deportistas, amas de casa, hasta personas mayores que buscan aliviar sus dolores.

Aquel día tenia un cliente al que yo considero especial, era un hombre mayor de unos 60 años, muy sibarita y exigente. Por lo que tenia entendido sólo aceptaba que le atendieran chicas jóvenes y de buen ver, al parecer le agradaba mucho mi aspecto, pues siempre que yo estaba disponible, exigía que fuera yo quien le atendiera.

Desde hacia un tiempo había notado como me miraba, y como cambiaba su tono de voz cuando hablaba conmigo, pero hasta entonces supuse que lo hacía por simpatía.

El hombre tenía un aspecto muy agradable, sus ojos eran de un color verde claro precioso, su pelo aunque ya canoso por la edad, le sentaba de lujo. Era fornido y muy alto. se conservaba muy bien, resultaba incluso atractivo. Su voz era profunda y transmitía mucha seguridad.

Estaba aquejado de la espalda por una desviación de la columna, escoliosis, y cada cierto tiempo requería de un tratamiento de quiromasaje para aliviar esos dolores del día a día.

Como de costumbre, una vez que se acostó en la camilla, me dispuse a darle el masaje. Unté mis manos con las esencias aromáticas que a el más le gustan y mientras las esparcía por su piel, comenzó a hablarme.

Normalmente, se mantenía en silencio todo el tiempo, disfrutando del masaje, pero ese día tenía algo importante que decirme. Comenzó a hablar de lo mucho que le gustaba mi tacto, el calor de mis manos, le hacían sentirse muy bien, yo al principio me lo tomé como un halago, no pienso que sea la mejor en lo que hago, pero sé que nunca han tenido quejas de mí.

Prosiguió alabando el alivio que le proporcionaban este tipo de masajes, y que era una de las pocas chicas que le agradaban lo suficiente, pero sin más y sin venir a cuento comenzó a acariciar uno de mis muslos con su mano. Yo no sabía que hacer, por un momento me quede quieta y el al percatarse de ello, con voz suave casi con un susurro, me pidió que siguiera.

Como un resorte, volví a masajear su espalda, en cierta forma no me molestaba el hecho de que me acariciara incluso resultaba muy agradable, la forma en que me tocaba.

Él siguió hablando, hasta que me preguntó si ganaba lo suficiente, fui bastante sincera, si estaba allí es porque mi trabajo no me daba los ingresos suficientes para llegar a fin de mes.

Por mi mente pasaron una gran cantidad de ideas descabelladas, que para mi sorpresa no se alejaban mucho de la realidad.

Tras mi respuesta, comenzó a hablar de lo sólo que se encontraba, era un hombre divorciado y desde aquello no había vuelto a conocer mujer. Me contó como pasaba el día y sinceramente me entristeció mucho lo que me contaba, era muy sincero en sus palabras, en un principio pensé que sólo trataba de darme pena, pero en ese momento se dio la vuelta, me miró fijamente y me pidió que no me compadeciera de él.

Sin dejar de acariciarme recorrió mi cuerpo con la mirada, pero me miraba con respeto y admiración, cosa que me resulto incluso excitante. Después de un largo silencio, me preguntó si me molestaban sus caricias a lo que respondí que no. Eso le dio pie a seguir acariciándome, deslizó su mano hasta mi cadera.

Me sentía abrumada y a la vez excitada, su pulso firme y la forma tan delicada con la que me tocaba, me hizo temblar de excitación.
Sin pensarlo mucho, me quité la bata y me incline sobre él.

Juntos desabrochamos los botones de mi camisa, dejando al aire mis pechos, él los miró con dulzura y comenzó a acariciarlos muy suavemente. Se me puso la piel de gallina, por la sensualidad que desprendía su tacto sobre mi piel. Aspiro mi perfume varias veces, olió mi cabello, y con un susurro me dijo que era preciosa.

Sus dedos dibujaban a la perfección el contorno de mis senos, se detenía cada pocos centímetros, para apreciar con más detalle, mi piel. Rodeo mis pezones erectos, con suavidad. Pasó la punta de sus dedos por el encaje de mi sostén, donde este terminaba de cubrir mis pechos, nunca antes me habían acariciado con esa dedicación y admiración.

Tan sólo con su tacto me excitó de una forma sublime, era increíble el respeto que mostraba en cada uno de sus movimientos, acarició mis pechos como nunca antes nadie lo había hecho. Desabroché mi sostén y deje libres mis pechos, para que pudiera acariciarlos con mayor libertad, deseaba que lo hiciera, todo era tan excitante...

Pero para mi sorpresa no quiso seguir, dulcemente me invitó a que me vistiera de nuevo, y me agradeció profundamente que le hubiera dejado acariciarme.

No entendía muy bien por qué no quiso seguir, y ante mi mirada de desconcierto, me aclaró que, no buscaba en mi sexo, si no recordar lo que significaba acariciar la piel de una mujer, su calor, su suavidad, le había hecho muy feliz.

Me sentí avergonzada por haber creído que quería acostarse conmigo, pero por otro lado, el hecho de que aquel hombre de aspecto serio me hubiera elegido a mí para rememorar aquello que ya tenía por olvidado, me halagaba.

Se levantó, se vistió y sacó su cartera para ofrecerme dinero, que aunque lo necesito, en un primer momento me negué a aceptar, pues todo lo que había hecho había sido de buena gana, pero me obligó a aceptarlo diciendo que había cumplido uno de sus anhelos y eso no tiene precio.

Con la misma sutileza de siempre, se levantó y se marchó, dedicándome un hasta la próxima con una sonrisa, la primera vez que le veía sonreír.



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